Francisca

6.24.2007

Y ahí estaba yo, esperando a que ella saliera. Ya oscurecía, era tarde, pero no podía irme sin verla. Sentía un poco de frío, tenía hambre, estaba cansado, un día de mierda. Por segunda vez toco el timbre de la casa. Veo movimiento dentro, pero no la logro distinguir. Miro el cielo, hay Luna llena. Recuerdo que la última vez que la vi fue en la playa, hace 10 años...

Que calor hace, no paro de sudar. La cerveza ya está caliente, pero aún así me la tomo. Siento como la arena poco a poco va ingresando a mi ropa como si fuesen pequeñas hormigas. Pica y me molesta, pero es tolerable. Un día normal, yo, solo como siempre, mis cervezas, y mí ejercito de colillas de cigarro que me rodean hostilmente. - ¡Mierda! - digo, en voz alta. Me doy cuenta que solo me quedan 3 cigarros y 1 cerveza. Voy a mi pantalón, logro rescatar de lo profundo de mi bolsillo trasero 900 míseros pesos. Abro mi bolso, 10 pesos, 50 pesos, 100 pesos, 10 pesos. Miro a mí alrededor y diviso a lo lejos un local. Tapo rápidamente las colillas de cigarro con arena, y aplicando la misma técnica hago lo mismo con las latas de cerveza. Tomo mis cosas y parto. Esto de caminar en arena no es lo mío. Mientras camino me doy cuenta de que no soy el único desgraciado que tapa su basura con arena. Camino y camino, esto se me hace eterno. El sol más fuerte que nunca, y las voces de pequeños niños felices con sus madres me desesperan. Nunca me han agradado los niños, tan ingenuos, simplones, como si nada pasara. Sí, lo acepto, los envidio. Logro llegar a la acera y emprendo rumbo al local. - ¡Señor, ¿una moneda?! - ¿Señor? ¿tan viejo me veo?. Lo ignoro, no lo miro y sigo mi camino. Estoy destruido, pase la noche en la playa. No dormí más que 2 horas y aún siento los efectos del alcohol de la noche anterior. El local cada vez me parece más lejos. Que ganas de mandar todo a la mierda. La luz roja del semáforo me detiene. Que mierda de vida. Tener que hacerle caso a una insignificante luz roja. No lo pienso y cruzo. Un auto frena bruscamente y queda detenido frente a mi a no más de 10 centímetros. ¿Susto?, no. Quedo parado en medio de la calle, media playa mirándome y un chofer histérico gritándome quien sabe que. Yo sólo miro, y inconscientemente sus palabras entran y salen por mis odios, sin alcanzar a reconocer que me dice. Noto que la mujer que va dentro del auto le dice algo, él la mira, le responde y se sube. Tomo nuevamente rumbo al local. Sólo quedan 2 cuadras. El calor me está matando. Abro mi bolso y saco mi última lata de cerveza, que lamentablemente está más caliente que la anterior. Pero que importa, cerveza es cerveza. Automáticamente saco un cigarro. Busco mis fósforos como desesperado dentro de mi mochila. No están. Me siento en una banca, abro las piernas, me inclino hacia adelante y me agarro la cabeza como si se fuera a acabar el mundo. ¿Qué es un cigarro sin su fuego?, un simple cigarro. Me tomo lo que me queda de cerveza, coloco el cigarro sobre mi oreja y parto nuevamente. Creo que fue mala idea tomar esa cerveza caliente, siento aún más calor y mi estomago me lo reprocha. - Ya queda poco - me digo a mi mismo. Tantas mujeres en este mundo y todas tan iguales. - Es que quiero mi espacio - ¿de que espacio hablan?, si salen mas que uno mismo. - ¿Tú me quieres? - ¿como quieres que te quiera si te conozco hace 1 día?. - ¿Soy linda?¿estoy gorda? - Te presento al espejo. - ¡¿Por que no me entiendes?! - ¿Conoces el español?. Por fin estoy a metros del local. Me seco el sudor de mi frente y entro. Siento inmediatamente el ventilador de la entrada como un premio a mi odisea. Me quedo detenido ahí por unos instantes con los ojos cerrados. Si hay algo que compite con una cerveza bien helada, eso es un ventilador. Mi cabeza palpita casi como un corazón por la salida de anoche. El sonido de las máquinas del local zumban como pequeñas moscas dentro de mí. Me acerco a la vendedora. Es hermosa. Está sentada, sobre su mesa dos cervezas y un cenicero con un cerro de colillas de cigarro. Puedo notar la nicotina en sus dedos, es zurda. Pequeñas gotas de sudor recorren su cuerpo. Noto un hermoso anillo que lleva en su dedo anular de su mano izquierda. ¿Casada?, no lo creo. Debe tener alrededor de 24 a 27 años. Me acerco más, me mira y sonríe. No devuelvo la sonrisa. Saco de mi bolsillo el mísero dinero que alcancé a juntar. - Una cerveza y una cajetilla de cigarros - En ese momento aparece un hombre. Efectivamente estaba casada. Compartían el mismo anillo. Ella toma una cerveza de la mesa y él la otra. - ¿Sí, señor? - Me dice el hombre. Nuevamente señor, realmente estoy quedando viejo. Repito - Una cerveza y una cajetilla de cigarros - Me entrega la cerveza y los cigarros. No dudo un instante en abrirla. Me la tomo. Es cierto, una cerveza bien helada no tiene competencia. Salgo del local. Al pisar la acera saco automáticamente el cigarro que dejé sobre mi oreja. Recuerdo que no tengo fuego. Doy media vuelta bruscamente. Ahí estaba ella, parada, más hermosa y sonriente. Mira el cigarro que tengo entre mis dedos - ¿Fuego? -. No contesto. Esa voz, tan suave, tan hermosa. Complementa tan bien su bella figura. Su pelo largo, crespo y desordenado. Todo un conjunto de piezas tan bien puestas, una invitación a ser adicto a ella. - ¿Fuego? - repite. Me mira y sigue sonriendo. - Bueno, gracias - digo frío y secamente. Extiende su mano hacia la mía. Está fría, tan fría que me congela. Siento algo de morbo sólo con ese roce. Prendo mi cigarro, inhalo. Suspiro y ella suelta una carcajada. - Te hacia falta. ¿eh? - dice riéndose. Nuevamente la miro. Se ve como una pequeña niña de 10 años al reír. Es realmente hermosa. Se dibuja una pequeña sonrisa en mi cara, no digo nada. Veo que saca un cigarro. Se lo prendo y le devuelvo los fósforos - No, quédatelos. Veo que te hacen más falta que a mí - Me hace sentir un idiota. Parezco viejo y además adicto al cigarro. Se ve tan bien fumando. Es como si sus cigarros estuvieran hechos para encajar en sus labios. Una orgía de humo sale por su boca, invitándome a la cama. La miro - ¿Qué miras? - Ahora debe pensar que aparte de viejo y adicto al cigarro, soy un depravado. - A ti - se sonroja y agacha un poco la cabeza. Ahora soy yo el que suelta una carcajada - ¿cuanto llevas de casada? - - ¡¿Yo?¿casada?! - - Pues yo creí... que... - se ríe y dice - Si lo dices por el anillo, estás equivocado - Inexplicablemente sentí un alivio - Es un anillo familiar - Ahora entiendo todo. Se escucha un grito dentro del local - Tengo que irme. Vuelve algún día ¿sí? - Afirmo con la cabeza y extrañamente sonrío de alegría. Se da la vuelta y entra. ¡Dios!, que buen trasero tiene. Yo no creo en eso que llaman 'química', pero en estos momentos me está jugando en contra. Tomo rumbo a mi departamento. Son las 16:35 de la tarde y yo semi-dormido sobre mi cama. No puedo quitármela de la cabeza. La imagino aquí, ahora, junto a mí, abrazándome. Sintiéndola dormir sobre mi pecho, con su pelo largo y crespo. Es raro, muy raro. Yo no soy así. 20:04 de la noche. Despierto de mi larga siesta. Sí, soñé con ella. Me siento un niño de 16 años, nervioso, pensativo, algo torpe. Quiero verla, otra vez. Me levanto tomo las llaves del auto y parto. Estaba cerrando el local, sola. Siente mis pasos, da media vuelta y sonríe - ¡Hey, eres tú! - se acerca y me besa en la mejilla. Logro reconocer una fragancia, es única. - ¿Ese es tu auto? - - - afirmo y río. - Ahá, ¿y para dónde me llevarás? - me dice en un tono bastante desafiante y confianzudo. Siento una extraña sensación al estar junto a ella: me siento inferior. Es raro, es como si la conociera desde siempre. Su pregunta se repite en mi cabeza pero no retorna respuesta. - No sabes donde ¿cierto? -. Guarda las llaves del local en su cartera, se arregla su pelo y se queda mirándome. - Eres lindo, ¿sabes? - Nuevamente no se que responder. Me siento extraño, asechado por una mujer capas de tener cualquier hombre rendido a sus pies. Estoy fuera de lugar, siempre soy yo el que intimida. - Te invito a mi casa - dice bastante coqueta. Acepto como si no tuviese otra opción. - Vamos, olvida tu auto. Caminaremos -. Sin pero alguno, cumplo su orden. Soy como un perro que es sacado a pasear por su amo. Pero lo admito, me gusta. Mientras caminamos veo que mira la Luna, como si le perteneciese. Yo callado, totalmente sumiso a su orden, con miedo a hablar, a decir algo. Ella con su pelo tomado, mirando la Luna, camina sin mirar el piso como si supieses perfectamente donde pisa, a donde va. Se muestra tan segura, alegre, simple. - Hace un poco de frío - dice y rompe el hielo. Sin preguntarle, me saco la chaqueta y se la coloco. Me mira y sonríe con un gesto de agradecimiento. Se abraza a mi brazo derecho. Siento que caminamos sin rumbo alguno. - ¿Te gusta la Luna? - Me pregunta, - La verdad, no me llama la atención - - ¡¿Pero como no?!... - exclama - Bueno, es linda, sí. Pero no es algo que me apasione. - respondo. Me siento mucho mas a gusto y relajado que en un principio. - Yo puedo pasar horas mirándola, una noche entera si quisiera - dice en un tono infantil. Sólo callo, realmente la conversación no me interesa. Van 4 cuadras de silencio absoluto, pero no me incomoda, me siento a gusto. Es como si fuera mi amiga de siempre, que podemos caminar callados y no sentir un ambiente extraño. Llegamos al fin de la playa, solo queda una casa, deduzco claramente que es esa. - Aquí es, ¿te gusta? - - Sí, claro - miento. Es antigua, de madera, mal pintada. Subimos los pequeños peldaños de piedra para llegar a la entrada principal. Era una puerta de acero, bastante tosca. Veo que se agacha, levanta una pequeña piedra y debajo de un agujero saca unas llaves. Río, pero no por que me cause gracia, si no por que lo encuentro bastante peculiar. Logra abrir la puerta y con un gesto de su brazo derecho me invita a pasar. La casa estaba oscura, pero era hermosa. La Luna iluminaba rincones muy específicos, como si supiese exactamente donde iluminar, creando un juego de sombras realmente increíble. Era solo una gran pieza, donde tenía todo, incluido baño. La cama, al centro. Redonda, hermosa. Al fondo, un gran ventanal mirando al mar. A la derecha, un bar con forma de bote. - Voy a encender las luces, espera - mientras camina en dirección al interruptor, la detengo tomando su mano - ¿Tú estás loca? -. Me mira con cara extrañada. Pero al instante entiende mi idea. Prender la luz sería realmente un pecado. Sigo con su mano tomada, ella a contraluz, hermosa. La mitad de su cuerpo alumbrada. Siento la urgente necesidad de descubrir su otra mitad. Es increíble, realmente lo es. Perfecta. Suelta mi mano, se arregla el pelo y dice - ¿Un trago? -. Como negarme, acepto. Deja sus cosas sobre la cama, y se dirige al bar. Aprovecho la oportunidad para explorar su casa. Me dirijo al ventanal, la vista es única. Noto que tiene una pequeña terraza y una bajada a la playa. Salgo y me apoyo en la baranda. Siento esa fragancia. Sale de la casa, sale de ella. La miro, no puedo parar de mirarla. Adicto, totalmente adicto. Se ve tan frágil, débil, en busca de protección. Pero al mismo tiempo fuerte, dispuesta a todo. Viene hacia mí, no camina, se desliza, flota, vuela. - Veo que te gustó mi terraza -. No entiendo. Me habla y me congelo, quedo quieto, inmóvil. Es extraño, sin ella hablándome, soy otro. Quedo totalmente indefenso. Afirmo solo con la cabeza. Me entrega el vaso. No se que sirvió, ni me interesa. Nos sentamos en unas pequeñas sillas. Pasamos horas hablando. Conversando de la vida, de mis cosas, sus cosas. Bueno, más de mis cosas. Cada vez que me mira siento esas mariposas, bastante homosexuales debo decir, en mi estomago. Es algo que no controlo. Sólo le costo una noche, algo que a mi ex-mujer le costó 1 año y medio: enamorarme. ¿Tan falta de cariño estoy que me enamoro de la primera mujer que pasa ante mis ojos?: Realmente sí, por que primera mujer que encuentro de verdad. El alcohol hace lo suyo, y nos acercamos cada vez más. Ya irán 6 o 7 copas. Se acurruca en mí, me abraza como una pequeña niña. Ella mira la Luna yo la miro a ella. La Luna sigue en el mismo lugar desde cuando llegamos. Hay 2 opciones: es el alcohol o efectivamente la Luna está solo para ella, que así lo creo. Si la Luna mirara una Luna, seria a ella. Se suelta de mi y corre - ¡Ven, bajemos a la playa! -. Que hermosa se ve. Al correr su pelo tomado se suelta y danza al son de su trote. Se ve tan feliz, como si fuese la primera vez que está en la playa. Debe ser el alcohol. - ¡Hey, que esperas. Ven! - Repite. - ¡Voy! - Sonrío y respondo, pero no corro. Mientras camino, noto que se saca sus zapatos. Copio su acto. Se sienta frente a la orilla del mar, abrazando sus rodillas y mirando la Luna. Me detengo a observarla. Saco un cigarro, lo prendo e inhalo. El cigarro sabe a amor. Me acerco a ella y me paro a su lado. Me mira. Me toma la mano y me sienta. Apoya su cabeza en mi hombro. - ¿Que piensas de mi? - pregunta. No hay respuesta. - Perdón - - ¿Perdón qué? - le pregunto - Perdón por la pregunta. Quizás fue muy pronta y te asusté - La miro y pienso en que realmente si hay respuesta a esa pregunta, pero el miedo a responder es demasiado. Solo callo y miro la Luna tal cual como ella. Siento calor en mi mano. Era el cigarrillo que estaba prácticamente consumido. Lo apago en la arena. Mientras interno la colilla del cigarro a lo profundo de la arena, otras colillas salen a la superficie. Sonrío y me doy cuenta de que estoy en el mismo lugar que hoy en la tarde, y aquellas eran mis colillas. - ¿Qué pasa? - - Nada - digo, mientras tapo las colilla y la abrazo por la espalda. Las voces del mar y la luz de la Luna son suficientes para mantenernos callados. Poco a poco ella se acurruca un poco más hacia mí. Debería sentirlo extraño, no la conozco demasiado, ni siquiera se su nombre. Pero lo extraño es que me agrada, y lo siento muy normal. - Tú también eres linda, ¿sabes? - No me responde. Saca de su cartera 2 cigarros, me entrega uno. Se da vuelta y hace una almohada con la arena. Mientras, yo prendo mi cigarro y luego el de ella. Nos recostamos sobre la arena a mirar la Luna. Estamos muy cerca de la orilla, puedo sentir las voces, pero no nos mojamos. Ninguno de los dos se inmuta a hacer movimiento alguno. Solo vivimos el momento. Veo como el humo de los 2 cigarros se mezclan en el aire, invitándonos a hacer lo mismo. Junta su cabeza con la mía, y suspira. - Eres observador, callado, retraído, tímido. Pero me agradas -. Me quedo pensando un instante. Soy todo lo contrario. - Tú me transformas - - ¿Cómo dices? - - Yo no soy realmente como me describes. Me transformas. - - ¿Estás seguro?. Y que tal si eres como digo y con los demás eres otro -. Tiene razón. Llegó a lo más profundo de mi persona, me exploró, me analizó. Y yo ni siquiera me di cuenta. Logró sacar de mi, mi verdadero yo. Me sonrojo y la abrazo. Pero la Luna me juega una mala pasada y hace que mi vergüenza salga a descubierto. - Tengo razón ¿no? - Me sonrojo más aun y pierdo la vista en cualquier punto de la playa. Suelta una gran carcajada y dice - ¡Sí!, tengo razón! - Siento como si fuéramos pololos, pero un pololeo de 15. Es lindo, tierno. No acostumbro a vivir esto a mi edad. Tenía razón, no se cansa de mirar la Luna. Yo no me canso de mirarla, ella es mi Luna, tan o más hermosa. Mientras la miro, corre su mirada hacia la mía. Sonrío levemente. Ella también. Nuestros cigarros totalmente consumidos yacen en la arena junto a todas las demás colillas. Las voces del mar desparecen y la luz de la Luna se apaga. Solo siento su respiración y el calor de su cuerpo pegado al mío. La arena se convierte en una gran cama dispuesta a todo. Subo mi mano ciegamente buscando su rostro, lo encuentro. Lo rozo suavemente descubriendo cada rincón. Sus ojos se cierran. Siento sus labios, húmedos, calientes. Se abren lentamente, mis dedos los recorren sin miedo. Su mano sobre mi rostro. Nos descubrimos, nos recorremos, nos encontramos. Mi mano baja por sus caderas, perfectas, únicas. Vuelvo a sentir esa fragancia. Mi corazón se exalta, mi respiración aumenta. Siento su respiración tan rápida como la mía. Me lanzo como un perro hambriento sobre ella. Se deja llevar. Siento sus manos en mi espalda, y las mías sobre su abdomen bajando por sus caderas hasta sus piernas. Perfectas, igual que el resto de su cuerpo. La oscuridad deja lugar para la imaginación, y el silencio para los detalles. Esa fragancia, sale por todo su cuerpo. Sus movimientos cada vez se hacen más bruscos, mientras mis labios recorren su cuerpo. Mi boca en su abdomen y mis dedos en su boca. Voy hasta su cuello y se lo beso. Detengo bruscamente toda acción. Vuelven las voces del mar y la luz de la Luna. Nuestras miradas siguen fijas una con la otra. Nuestras respiraciones se calman. Hermosa, se ve hermosa. Mis labios se acercan a los suyos. Siento las voces del mar mas cercas que nunca, ya nos mojan. Nada importa. Siento el calor de su aliento. La luz de la Luna cada vez más fuerte. Estamos totalmente mojados. El primer roce, casi como mi primer beso. Me sigo acercando, y cada parte de nuestros labios se va uniendo a la otra. La luz de la Luna me ciega. Nuestros labios se topan completamente. Siento su sabor, su calor. La Luna y el mar testigos. Aún más mojados, las voces cada vez son más fuertes. No nos detenemos. Ya casi no puedo ver, la Luna me está cegando totalmente. Esa fragancia, otra vez. Más fuerte que nunca, única. No paro de besarla, de sentirla. Solo cierro los ojos y disfruto. Las voces ya llegan a la mitad de nuestros cuerpos, no se callan. Nuestras manos juegan a las escondidas, se buscan, se escoden. Ya no logro ver otro color que no sea el cegador blanco. La fragancia no desaparece, está impregnada en el ambiente. Siento que se va, se deshace, se resbala de mis brazos. Sus labios se convierten en arena, su pelo, su cuerpo, sus piernas, caderas, espalada, todo, todo se convierte en arena. Estoy totalmente sumergido en las voces, no se callan. Desespero. No logro abrir los ojos, me pesan. La fragancia sigue aquí, aún puedo sentirla. Ella está aquí, pero no se donde. No logro encontrarla. Solo muevo los brazos de lado a lado, no siento nada, solo las voces y esa fragancia. Me vuelvo loco. - ¡¿Dónde está, dónde?! - me pregunto una y otra vez. Las voces pasan a ser murmullos, no entiendo que dicen. Aún siento los últimos granos de arena en mis manos, los aprieto, no quiero que se vallan, son ella, son parte de ella... son míos. Las voces son más y se los llevan. Floto entre las voces, como si fuera parte de ellas. Ahí está esa fragancia, el único recuerdo de ella. Me tranquilizo, me dejo llevar. Caigo en el fondo de las voces, en la misma cama donde la besé. Aún puedo sentir sobre mi cabeza la almohada que ella creo. La Luna sigue cegándome, sus rayos traspasan las voces como si nada. Ellas siguen con ese murmullo, no entiendo. Solo me recuesto y siento su fragancia. Tan única, especial. Es como tenerla al lado, pero no está. Las voces empiezan a tener sentido, dicen algo, aún no entiendo. La luz de la Luna empieza a disminuir. La fragancia sigue ahí, tan fuerte como siempre. Me siento tranquilo, relajado, casi dormido. Sigo intentando abrir mis ojos. Escucho un nombre, las voces me dicen un nombre, aún no entiendo que dicen. Cada vez se hace más claro. Siento que puedo abrir los ojos poco a poco. Las voces aún están ahí. Diciéndome algo, quien sabe que. Abro los ojos, veo todo blanco, como recién despertado de un sueño, me duelen, me pesan. La fragancia sigue presente y las voces también. Pero está vez logro reconocer un nombre: Francisca. Termino de abrir los ojos. Estoy recostado en una cama boca arriba. En el techo una inmensa lámpara con una luz cegadora. Miro a mí alrededor. La pieza es totalmente blanca. Yo estoy de blanco, y la gente que veo pasar por fuera de este cuarto también está de blanco. Me siento mojado. Estoy orinado. Siento un pequeño zumbido, viene de la lámpara, tiene un ventilador. Sudo, siento mucho calor. A mi derecha una mesa, con un cerro de colillas de cigarro sobre un cenicero, junto a una cajetilla de fósforos vacía y abierta. Además, unas flores moradas, son hortensias. Sueltan una agradable fragancia.... - ¡Francisca! - grito explosivamente. Trato de moverme pero estoy amarrado a la cama. Entro en desesperación. Veo como 3 personas de blanco gritan y entran a mi cuarto. Me aferran a la cama. No paro de moverme y gritar - ¡Francisca, Francisca! -. Su fragancia se hace mas intensa que antes, solo miro el techo y me muevo. Ahí está la Luna, sobre mi, intensa, cegadora. La extraño, la amo, la siento. Veo sus caras, extrañas, furiosas, cansadas, rendidas. No se donde estoy, ni que día o año es, menos como mierda llegué aquí. Estoy perdido. No entiendo, solo me muevo y grito su nombre. Siento un pequeño pinchazo, no se donde fue. Sigo gritando y moviéndome. - ¿Que hago aquí? - me pregunto. No logro entender. Empiezo a sentir mi cuerpo dormido, no responde. - ¡¿Dónde está Francisca?! - pregunto exaltado, exigiendo una respuesta. Nadie responde. Sólo miran con un gesto de lastima. Mis parpados caen por su propio peso. Caigo rendido, dormido. La veo, trato de tocarla pero no puedo. Su cuerpo convertido en nube me es cada vez más lejano. Siento voces, murmullos. Abro mis ojos. Estoy sentando en una silla de ruedas. Tengo una manta sobre mis piernas. Parezco un puto anciano. Estoy destruido, cansado, no logro pensar con claridad. El cuerpo me pesa, mi cabeza tambalea de lado a lado. Mis ojos luchan por mirar de frente, tratando de mirar un punto fijo. Veo a mi alrededor: más gente como yo. Sí, aún recuerdo a Francisca. No he olvidado. Trato de relacionar cosas, hechos. No saco conclusión alguna. Ya puedo ver nítidamente. Estoy en un cuarto grande, algo así como una sala de estar. En el centro, un sillón con un televisor en frente. Nadie lo mira. Sólo está prendido y una cargante música sale de él. – ¡Despertó! -, miró hacia atrás. Una mujer me mira y sonríe. No se quien es, ni que hace conmigo. Toma mi silla de ruedas y empieza a moverla como si nada. Solo me da paseos, hemos pasado ya 5 veces por el mismo lugar. – Veo que sus cicatrices están mejor -, dice. ¿Cicatrices?¿de que habla? – En su brazo izquierdo -. Mis ojos automáticamente se mueven al lugar nombrado. Todo mi antebrazo está cortado. – No debería hacer más esas tonteras. Usted sabe cuales son las consecuencias - ¡¿De que mierda me habla?! ¿Yo cortándome? ¿Consecuencias?. - ¿Y como está Francisca? – pregunta. Con un tono tan normal, tan común y corriente, casi como si la conociese. No respondo. ¿Por qué sabe de Francisca?. Entramos a mi cuarto, está un poco cambiado desde la última vez. Las hortensias ya están secas, caídas. Me extraña el hecho de que no las hayan cambiado, o simplemente botado. Mi cama está pegada a la muralla. La aferraron al piso. – Es hora de la cena -. Me deja dentro de mi cuarto. Cierra la puerta… con llave. Con las pocas fuerzas que tengo me levanto. Una pequeña silla acompaña a la mesa. Logro sentarme. Apoyo mis brazos y miro el plato de comida. El olor me repugna. Intento acercarme a la mesa, pero la silla también está aferrada al piso. Bajo la mirada, la mesa también. Miro el velador, también lo está. Noto que los bordes del velador fueron redondeados. No puedo comer esta mierda de comida. Tomo el pequeño baso de agua que acompaña al plato. Mi cara se arruga como una pasa al sentir el asqueroso sabor. Resignado voy a mi cama, me siento en el borde y abro la cajonera de mi velador. Un cigarro y un fósforo, sólo eso. Tan simple como eso. Me recuesto sobre mi cama mirando el techo. Coloco suavemente el cigarro sobre mis labios y intento prender el único fósforo que tengo. Lo prendo satisfactoriamente. Por fin algo de suerte. El humo del cigarro recorre mis pulmones como si fuesen vírgenes. Siento su efecto relajante al instante. Sólo miro el techo y pienso. ¿Qué será de Francisca?¿Qué hago aquí?¿Por qué esas cicatrices en mi brazo?. Preguntas y más preguntas. Pero todas sin respuesta. Siento el sonido de unas llaves. La misma mujer que me dejó en esta pieza entra por la puerta. - ¡De nuevo no se comió la comida! - . La miro con cara de desprecio, ¿Qué se cree?. – Duérmase temprano, recuerde que mañana es martes-. Se lleva el vaso con el plato de comida. Antes de que cierre la puerta le pregunto - ¿Y qué tiene que sea martes? – Me mira con cara extrañada y responde - ¿Cómo qué tiene? Recuerde que los martes recorremos la ciudad en busca de Francisca - Cierra la puerta nuevamente con llave. La luz que alumbra la pieza se apaga, sólo entra un pequeño rayo de luz por la ventana de la puerta. Forma un cuadrado perfecto en el piso. Suspiro y acomodo mi cabeza en la almohada. Quedo mirando contra la pared, blanca, como todo el puto cuarto. De blanco pasa a negro, y mi cuerpo ya rendido, duerme. Pero mi cabeza no. Despierta, como siempre. Aún cuestionándose.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

totalmente increíble..

Umbraaeternus dijo...

Bien... Bastante bien. Veo que no has perdido tu toque.
Saludos. Gracias por tu post a tí tambien.

WinterS.

tu ángel dijo...

veo como cada vez pierdes mas el sentido de la orientación... pero escribes increible, eso es lo que me enamoró de ti en un principio.

t kiero mucho watom...

Anónimo dijo...

La cago... excelente....

Anónimo dijo...

otro más de mí, es que lo sigo leyendo y me sigue encantado más. te amo mi amor :)