Jugando a ser grandes

9.30.2007

La bala que salió de la pistola de Tomás dio certeramente en la cabeza de Claudia y los pájaros que miraban como testigos en aquél árbol, volaron raudamente al sentir el sonido del disparo. Tomás, pálido, miraba a Claudia sin gesto o reacción alguna. Era pleno día. Estaba nublado y las nubes sólo dejaban traspasar a unos afortunados rayos de sol que alumbraban la escena. Claudia por su parte, yacía en el césped totalmente inmóvil. Una de sus manos aún mantenía firmemente aferrada a su muñeca de trapo, que poco a poco se iba tiñendo de blanco a rojo con la sangre que corría como un río por su cuerpo. El cielo termina de cerrarse y empiezan a caer unas finas gotas que poco a poco se van transformando en goterones. Tomás, ya sin fuerza, deja resbalar su pistola. Su pelo ya mojado le impedía ver en plenitud el cuerpo de Claudia, que aunque aún sangraba, la lluvia se encargaba de limpiarlo como si nada hubiese pasado. Tomás lentamente se acerca, con pasos débiles. Su estado de shock permanente le juega en contra haciéndolo caer de rodillas a un lado de Claudia. A las grandes gotas que caían del cielo, se les unen las de Tomás, que inútilmente intentaba frenar. Sutilmente Tomás toma la muñeca de Claudia y se la pone en su pecho, colocando también sus 2 brazos sobre ella. Cualquier persona que hubiese pasado por ahí creería que Claudia estaba durmiendo sobre el cesped, abrazada a su muñeca y que Tomás sólo intentaba despertarla. Pero él sabia que no era así. Tomás no podía parar de mirarla. De su rostro seguían naciendo lagrimas que al caer al piso se juntaban con la sangre de Claudia consumando el acto. Era perfecto, totalmente perfecto. Vida y muerte cara a cara. La naturaleza testigo, morbosa, como siempre. Tomás vuelve su mirada al lugar del disparo, divisando su arma totalmente mojada en el piso. Sin pensarlo se levanta y camina hacia ella. Ahí está, frente a él. Retándolo, mostrandole un camino, una salida. Sólo basta levantarla y apretar el gatillo para que todo termine. Su final, el final que él quería. Recoge la pistola sin temor alguno, tan seguro de lo que va a hacer que ni siquiera tambalea. Da una ultima mirada al cuerpo tendido de Claudia, pero esta vez se quita el pelo de la cara. La quería recordar claramente. Da la espalda a la escena, como dándole la espalda a la vida y coloca la pistola apuntando a un costado de su cabeza. No tiene miedo, ni siquiera cierra los ojos. No piensa nada, sólo siente el gatillo en su dedo indice izquierdo. Va sintiendo como el gatillo se va hundiendo poco a poco mientras más presión aplica. Siente las gotas recorriendo su cuerpo, recordandole que aún está vivo. Él sabe que si aplica un poco más de presión la bala saldrá y todo acabará. Quiere ver a Claudia por última vez pero su dedo hace la presión suficiente y todo acaba.

-¡Tomás! ¡Está listo!
-¡Ya mamá!
-¡¿Por qué tienen los regadores prendidos?! ¡Por Dios!
-¡Estábamos jugando! ¡Ya los apago!. Ya Claudia vamos, de ahí seguimos jugando
-Buuuu... Ya bueno. En todo caso muero de hambre
-Quítate el ketchup, o si no mi mamá va a saber que se lo sacamos
-Ya. No cortes los regadores aún, deja lavarme.
-!Ya pues Tomás! ¡Apúrense que se va a enfriar!
-Apurate Claudia, que mi mamá se va a enojar
-Voy

Querido viejo

9.24.2007

Habré borrado y vuelto a escribir unas 20 veces el inicio de esta carta sin rumbo, que Dios sabe si te llegará.

Como expresar, como escribir, como decirte todo. Bueno, tú lo debes saber, pero no está demás en escribirte. Aquí está tu hijo, el "chuachua" como solías decirme y molestarme. Aquí escuchando aquella canción con la cual el Nacho gozaba camino al sur, ¿recuerdas?. Sí, la del pirata cojo, con pata de palo y todo lo demás. Aquí, fumando un cigarro y con caña. ¿Quién lo iba a creer, no es cierto?. Tu hijo fumando y también tomando. No me odies. Si te preguntas que cigarros fumo: los mismos que tu, viejo. Bueno un poco más fuertes quizás. Tengo tantas cosas tuyas viejo, pero me hacen falta muchas cosas más.

Ha sido difícil, realmente difícil. Este último tiempo más que nada. Me cuesta pensar en ti, me cuesta recordar. Me duele, demasiado diría yo. No debo ser el único, pero si debo ser el que más lo oculta, por que simplemente soy así, viejo. Tú siempre me lo reprochaste. Creo que nunca te conté nada, nunca te di la oportunidad a conocer mi mundo interior. Pero aún así no me arrepiento. Pienso que te aproveche a concho, viejo. Supe disfrutar contigo. Alcancé a sentir lo que se siente tener un papá. Alcancé a tener vivencias de padre/hijo. Alcancé a guardar recuerdos claros y nítidos de ti. Pero parece que esa dosis de recuerdos, vivencias, sentimientos simplemente se me gastó. Se me gastó mi baúl de recuerdos en donde buscar consejos, respuestas. Es complicado tratar de buscar una imagen paterna, tratar de buscar ese consejo, que más consejo de padre a hijo, a esta edad ya es un consejo de amigos. No alcancé a ser tu amigo. Sólo alcancé a ser tu hijo de fines de semana. Ese que iba a tu casa, hablaba contigo una que otra cosa, te pedía algo y tú se lo comprabas. Ese que jugaba en el patio contigo a la pelota o a lo que sea. El que te acompañaba en las noches a regar el patio con tu piscola infaltable en una mano y en la otra la manguera. Mientras tú, y ahora que lo pienso, no en un estado totalmente sobrio, me hablabas cosas triviales, me contabas chistes, me hablabas de tu pega, de tu infancia. No, no me quejo ni te culpo. Es más, me enorgullezco. ¿Qué más hace un padre y su hijo de 11 años?, ¿hablar temas profundos de la vida, hablar del amor, sentarse a tomar?. No, simplemente lo que hicimos tú y yo. No sabes cuanto me encantaría que estuvieras aquí ahora, y en vez de escribirte esto, hablarlo directamente contigo. Sentarnos tu y yo en el patio de tu casa, con su buen trago, el infaltable cigarro y hablarte frente a frente. Contarte todo lo que me intriga, lo que me pasa, lo que siento, lo que necesito. Todo, completamente todo. Y pasar de ser tu hijo de 11 años, a ser tu amigo de 18.

Me haces falta viejo, más que la cresta. Y no te voy a pedir de que vuelvas, por que yo se que estás. Pero por la chucha que me ha costado encontrarte. Estás aquí mismo, pero te movieron de lugar y aún no te encuentro. Es como cuando a uno se le pierde el celular. Uno siempre lo deja en el mismo lugar, ¿cierto?. Imagínate que un día vas a buscarlo y no está. Alguien te lo movió por X motivo. Eso pasa, y no se a donde te movieron. Ojalá tuvieras ringtone.

Ha sido complicado tratar de buscar respuestas a cosas que solo los viejos saben. Mi vieja se ha portado un 7, siempre ha estado cuando la necesito. Estoy un poco más cercano a ella, aprendí a conocerla, nos estamos haciendo amigos. Pero aún así, ella sabe que no puede cumplir los 2 roles, ni ninguna mamá puede. Es prácticamente imposible para mi. Nunca va a dar en el clavo, como tu si hubieses podido. El simple hecho de ser mi viejo te da ese poder. Y todo esto va mucho más allá que una conversación de 'hombres': "¿Cómo andan las minitas?", "Ese es mi hijo. Hijo de tigre", "¡Todo un campeón!". Va mucho más allá de eso, viejo. Sinceramente desde que te fuiste, no he logrado encontrar otra imagen paterna. La he buscado, pero no está. Es para mi, irreemplazable. Te preguntarás: "¿Y de dónde te haces el modelo de imagen paterna si yo no estoy? ¿qué haz hecho todo este tiempo si un padre?". No tengo idea, ¿de la tele? ¿padres de amigos? ¿familiares?. Quien sabe. ¿Y que he hecho todo este tiempo sin un padre?: ser yo mi papá. ¿Estúpido?, quizás. Pero no tanto, si al final y al cabo aprendo a ser papá gracias a ti. Las respuestas o consejos que necesito las saco de ti, de los recuerdos. Pero ya están tan exprimidos que no me están dando respuestas ni consejos. Se me acabaron, se agotaron. Y ahora si que si prácticamente tengo que aprender a ser papá solo. Puta que cuesta. Pero creo que tengo la base.

Muchas veces me pregunto "¿Qué tengo de mi viejo?", y me doy cuenta que muchas cosas. Partiendo por el supuesto parecido que tenemos. Recuerdo que lugar donde íbamos siempre nos decían "¡Pero si son dos gotas de agua!". Me cargaba, pero tenia que sonreír de todas maneras. También heredé el gusto de comer bien tarde en la noche cosas bien grasientas. Lo bueno para el trago y el cigarro. Tu voz, antes por lo menos, no lo se ahora. Varios gestos tuyos: la forma de rascarme el ojo cuando tengo sueño. El ser bueno para el hueveo: recuerdas que recurrentemente cuando decían "¡Que lindo tu hijo!", tú respondías "¿Quieres tener uno igual?". Que manera de reírme. También según mi vieja tengo tu parada: con la pierna izquierda floja y apuntando hacia un lado. Lo caluroso, siempre ando con calor. Bueno para los asados, bueno para salir con los amigos. Varios gustos musicales que tengo son culpa tuya. Y así un sin fin de cosas.

Bueno, estés donde estés viejo, yo se que te voy a encontrar. Esté vivo o muerto. Y aunque yo no tenga mis respuestas ni consejos, no te sientas culpable, ni te preocupes. No dudes en que las voy a encontrar.

Un beso, una lágrima y un adiós.

Te quiere, tu hijo.

Pensar que nunca alcancé a llamarte viejo, sólo papá.